Hacia un mundo industrial

Resumen de "La civilización en debate" de A. Lettieri Capitulo 18: Hacia un mundo industrial Temas Principales 1. Revolución Industrial - ¿Por qué Inglaterra? • En el plano internacional • En el plano de las condiciones políticas y culturales • En el plano de la reforma agraria • En el plano demográfico y de mercado • En el plano tecnológico • En el plano de los transportes • Consecuencia: el nuevo órden social • Consecuencia: el movimiento obrero 2. Revolución social ¿Por qué Francia? • El Imperio Francés • Las condiciones políticas y culturales • El mundo rural • Demografía y mercado • La industria francesa • El nuevo órden social • Las rebeliones populares Revolución Industrial. ¿Por qué en Inglaterra? Plano internacional La hegemonía inglesa residía en su extendido comercio, su capacidad bélica y su dominio de los mares, siendo las posiciones inglesas en América relativamente jóvenes. La relación entre Inglaterra y sus colonias americanas no era análoga a la relación que entablaba España. Los ingleses establecieron una “servidumbre comercial y libertad civil” ya que, al ser colonias marginales en comparación con la India, les permitía tener tempranas libertades, lo que se nutría por las características europeas de sus colonos. Por el contrario, en materia económica, no poseían libertad de comercio. Desde 1763 a 1815 esta hegemonía se acentuó. La metrópoli comenzó a explotar su potencialidad colonial, en tanto necesitaba expandir sus mercados simultáneamente al desarrollo de las industrias. Sin embargo, al mismo tiempo se produce la independencia de EEUU. Si bien se pierde esta colonia, Inglaterra aún mantiene a la India. Plano político y cultural Inglaterra logró conciliar rápidamente las tensiones entre la burguesía y la aristocracia mediante el establecimiento de la monarquía parlamentaria. Esto facilitaría la transformación productiva. Con la revolución política de derribó una de las mayores trabas para la conformación de un mercado de trabajo libre y la liberación aduanera que limitaba el comercio. Plano agrario Durante el medioevo, la producción agraria se organizaba bajo un sistema de rotación de cultivo trianual: la tierra se dividía en tres parcelas distintas, en las cuales se cultivaba de forma rotativa (1)cereales – trigo o centeno – y (2)legumbres, dejando la restante en reposo(3). Esta modalidad respondía a la ausencia de fertilizantes y provocaba una muy baja productividad de los terrenos. Desde el siglo XVII, comenzó a implementarse una rotación cuatrianual en los cultivos, introduciendo las plantas forrajeras con la consecuente posibilidad de criar ganado vacuno y ovino. Este cambio en la forma de cultivos modificó la disposición territorial, eliminando paulatinamente las tierras comunales y de campos abiertos(openfields) propios del régimen feudal, a los cuales tenían acceso los hombres libres y siervos. Este nuevo sistema fue motivado por la presión de los precios agrícolas entre 1670 y 1750, lo cual incentivo a los productores a buscar métodos alternativos para incrementar la producción y amortizar la caída de precios. La necesidad de ampliación de las tierras cultivables llevó a la reducción de las tierras de usufructo común. Desde 1760 los campos abiertos (openfields) fueron desapareciendo como consecuencia de un conjunto de instrumentos jurídicos – las Leyes de Cercamiento (enclosures) - y expulsando paulatinamente a un considerable número de familias campesinas. La revolución agrícola impuso a la economía inglesa formas de producción mixta (agrícola-ganadera), impulsando el cambio de hábitos alimenticios, enriqueciendo la dieta de la familia campesina, y sirvieron de materia prima para las nuevas industrias. De este modo, Inglaterra anticipó al resto de los países europeos, sirviendo esta reforma a la configuración de la propiedad privada y la constitución paulatina de un mercado laboral capitalista. Demografía y mercado A partir de mediados del siglo XVIII, Inglaterra experimentó una explosión demográfica. Mientras que en el resto de Europa este crecimiento fue del 5%, los ingleses se duplicaron en población (“conexión con la mejor alimentación”). La consecuencia de este crecimiento fue inicialmente la absorción de la oferta de los productos textiles de las industrias. Uno de los requisitos para la existencia de un mercado interno fue la integración del territorio, lo cual requirió la construcción de canales y caminos pavimentados para el traslado de mercancías. Sin embargo este mercado rápidamente se saturó y encontró mejores posibilidades de colocación en las colonias americanas y en Europa oriental. Tecnología En una primera etapa de la industrialización, esta era de producción era doméstica y artesanal, por la cual el comerciante abastecía de materia prima (lana y algodón) a la familia campesina, la cual se dedicaba a esta producción en sus tiempos libres cuando se desentendía de sus obligaciones del campo. En este sistema el comerciante-empresario no podía ejercer ningún control sobre la familia campesina porque ésta aún conservaba como medio de subsistencia su actividad rural, por lo cual no había ningún incentivo para el aumento de la productividad.Este método se lo conoce como la protoindustria. Como bien afirma la teoría marxista, para que el capitalismo emergiera era necesario despojar al campesino de sus medios de producción, lo cual requería la reunión de obreros enun mismo espacio físico, la fábrica, y que el hombre no tuviera mecanismos alternativos de subsistencia. Esto llegaría hacia 1770 con la aparición de las hiladoras mecánicas las cuales tenían la peculiaridad de estar impulsadas por energía hidráulica. Estas máquinas comenzaron a utilizar como insumo básico para la producción textil al algodón. Una década más tarde llegarían las maquinas impulsadas a vapor de agua, y necesitaban para la producción la concentración de obreros en fábricas. La organización de la producción pareció asociarse con la progresiva utilización de energía inanimada que fue desplazando la fuerza impulsada por el hombre o los animales. Es en este punto que radica la gran revolución tecnológica. Transportes La producción textil debía acelerar su expansión al mercado mundial ya que comenzaban a vislumbrarse rendimientos decrecientes en dicha rama. Era en la metalurgia y en la actividad minera donde se hallaba el mayor inconveniente ya que se debían transportar elementos muy pesados y con distancias a recorrer muy largas entre las minas y las industrias. El boom de esta actividad inaguraría la era del ferrocarril. La primer condición para la creación de este medio de transporte fue la consolidación de Inglaterra como taller del mundo ampliando su comercio industrial a otros países que comenzaban a industrializarse como Francia, EEUU y luego Alemania. La segunda condición era la necesidad de unificar el territorio y facilitar el acceso al mercado de exportación. La tercera condición fue el excedente de capital acumulados en el período precedente, el cual había sido solamente posible en Inglaterra. Dicha acumulación se combinó con la consolidación del mercado financiero y el mercado de capitales, que empujados por las bolsas de Manchester y Liverpool, inauguró los modernos sistemas de inversión bursátiles. El capital que anteriormente había sido destinado a las guerras, ahora iría dirigido a construir ferrocarriles. La industria metalúrgica mejoró sensiblemente el transporte marítimo. Este adelanto se combinó con la invención norteamericana del barco a vapor. El sistema de refrigeración completó este proceso favoreciendo el flujo de materias primas, por lo que Inglaterra fue abandonando progresivamente la producción de materias primas. El nuevo orden social En la primera fase de industrialización, la nobleza contaba con un poder político considerable y lograba obstaculizar la conformación de un mercado de trabajo libre y asalariado. Esto implicó la convivencia por un tiempo considerable de relaciones tradicionales junto a modalidades modernas de trabajo. El régimen capitalista requería que las personas se encuentren desposeídas de sus medios de producción. Para ello fue fundamental la aprobación de ciertas leyes. -La ley de cercamiento permitió extender los terrenos cultivables y así hacer frente a la caída en la productividad agrícola. -Con la ley de cereales se prohibió la importación de granos, y entonces los grandes terratenientes locales pudieron fijar precios internos a su criterio, elevando continuamente el costo de la canasta básica familiar. -La ley de Speenhamland consistía en que el estado debía subsidiar a los productores agrícolas para el empleo de jornaleros. Los trabajadores se devidian entre jornaleros subsidiados y agricultores estacionales no subsidiados. Solamente los terratenientes empleaban agricultores estacionales en el periodo de cosecha. Este nuevo grupo fue tomando actitudes violentas contra las máquinas, a las que acusaban de despreciar el trabajo humano. Los jornaleros recibían salarios muy bajos y lograban sobrevivir solamente por el subsidio. Esta ley empobreció las condiciones de los jornaleros, lo volvió más sumiso a las órdenes del terrateniente y provocó la fijación territorial ya que la condición del subsidio era que viviese dentro de la jurisdicción(para evitar la estampida a la ciudad). En efecto, el objetivo fue retrasar la conformación de un mercado de trabajo capitalista en las ciudades. Simultáneamente, la ley repercutió en el crecimiento de la población, ya que este subsidio solo se destinaba a familias numerosas. Este aumento demográfico hizo bajar los salarios. En conclusión, este conjunto de leyes estuvieron hechas para aparentar la sustentabilidad del sector agrícola cuando ya no existían ventajas comparativas para Inglaterra. Es evidente la incongruencia entre la legislación proteccionista en un primer momento del desarrollo industrial inglés y el paradigma liberal que profesó a partir del siglo XIX. Se puede afirmar que también muchas de estas medidas impidieron que el cambio a un sistema capitalista generara un conflicto social a corto plazo. Ya en la segunda fase de la industrialización estas leyes eran obsoletas y fueron derogadas. Hacia el 30 y 40, las clases medias inglesas comenzaron a tener mayor peso y abogaron por la liberalización de la economía. Hacia el 40, la nobleza se retira del sector agrícola y quedan cada vez menos agricultores independientes. El sistema industrial estuvo en condiciones de absorber a trabajadores a través de la actividad minera, el ferrocarril, la actividad metalúrgica y la industria textil. Hacia 1849, Inglaterra adopta el librecambio y empezó a especializarse en bienes industriales, dando inicio a la división internacional del trabajo. La protesta obrera Desde finales del siglo XVIII, la ley de antiasociación prohibía la creación de sindicatos, y los brotes de protesta eran seguidos por represión. Las protestas emergieron por el aumento del costo de vida, pero a partir de 1793 las demandar comenzarían a ser políticas y sociales, enmarcadas en los derechos del hombre pregonados por los revolucionarios franceses, combinado con la escasez de alimentos provocados por la guerra. La elite inglesa veía una correlación directa entre los desbordes sociales y el periodo jacobino francés. El surgimiento del radicalismo, cuyo líder fue William Cobbet, fue contemporáneo de las agrupaciones obreras de Europa continental. Este grupo concentró su reclamo en la oposición a la ley de antiasociación, la escasez de bienes, víveres y alimentos. Sus reivindicaciones no iban más allá de este punto. Hacia 1830 en Francia surge el socialismo utópico. La versión inglesa fue el socialismo colectivista, liderado por Robert Owen y aspiraba a encontrar una sociedad industrial pero donde los bienes fueran de propiedad comunitaria. Por primera vez se reconocía que el desempleo era resultado de una deficiencia del mercado de trabajo y no una predisposición al ocio de las clases bajas. Este socialismo aún creía en las bondades de la industrialización y de la posibilidad de conciliación de clases. El otro movimiento que surgió en este periodo fue el cartismo y confluían liderazgos de distintos orígenes. El movimiento impulsó la gran huelga de 1842, cuyo objetivo fue la ampliación de los derechos políticos de los sectores populares y fue el precursor del laborismo inglés. En este momento el miedo de la burguesía llevó a la represión. Los disturbios sociales comenzaron a apaciguarse hacia fines de los 40. Los beneficios de la riqueza acumulada derramó sus remanentes sobre un sector muy reducida de los sectores populares. Tal vez por este motivo, el movimiento obrero inglés se consolidó como un movimiento reformista y no impugnador del sistema económico. Este carácter no revolucionario llevó a la burguesía a aceptar la sindicalización hacia 1870. Francia El imperio francés La vocación bélica e imperial del reinado hizo que Francia estuviera en perpetua guerra con sus pares europeos. Sin embargo, debido al poderío naval y comercial inglés, Francia iba quedando relegada en el comercio. Al igual que Inglaterra, el imperio franco utilizaba algunos territorios colonizados como mecanismo de expulsión del excedente poblacional de la metrópoli. Estos colonos tenían amplios beneficios al acceder a la propiedad de la tierra y cumplir con su expectativa de ascenso social que cada vez era más difícil de satisfacer en el territorio francés. En 1786 el estado francés entra en bancarrota. Esto fue debido al elevado costo de mantener a la aristocracia y para el mantenimiento de los ejércitos. La bancarrota sería uno de los factores para la revolución. Luego de la derrota en la Guerra de los Siete Años (1756-1763), el imperio perdió numerosas colonias. A esto debe sumársele su participación en la independencia estadounidense. La revolución francesa no detuvo este carácter bélico francés, sino que más bien lo envolvió en el lema de la defensa de los derechos del hombre, la libertad y la igualdad. El estado abolió la esclavitud en todos sus dominios, salvo en sus colonias, quienes protagonizarían violentas revueltas. Más allá de esto, con la expansión imperial napoleónico en 1814 se sentaron las bases del derecho burgués en toda Europa. Las condiciones políticas y culturales En Francia se dio inicio a un proceso de centralización y liberalización. Progresivamente se fueron erosionando los vestigios feudales, eliminando los tribunales reales y haciendo cada vez más poderoso al poder central. Paralelamente, se impulsó la libertad de navegación y comercio, unificando el territorio. La liberalización en el terreno político fue posible luego de crear una carrera de funcionario público, a la que podían acceder la nobleza más baja. La aristocracia no estuvo dispuesta a acordar con la burguesía y decidió enfrentarla, y por ello perdió todo. Los revolucionarios abolieron todos los beneficios fiscales, confiscaron las tierras de los nobles y la Iglesia y sometieron al clero al control del estado(entre otras cosas). La revolución desplazó tanto a nobles como eclesiásticos del control del Estado. El mundo rural La mayoría de la población francesa vivía en el campo y de él. La Iglesia era la mayor propietaria de extensiones de tierra, las cuales fueron confiscadas durante la revolución francesa. El Estado, especialmente durante la época jacobina, generó políticas para que estas tierras fuesen trabajadas por campesinos devenidos en pequeños y medianos agricultores. Esta es una gran diferencia con el modelo inglés, en el que la tierra quedó concentrada y en posesión de la burguesía. La consolidación de minifundios consolidó el sistema de trabajo doméstico, produciéndose una alianza entre la burguesía y el campesinado. Población y mercado La economía francesa dependía del mercado externo y por ello el imperialismo. La población superabundante era, paradójicamente, la causa de la debilidad del mercado interno. La existencia de una mano de obra abundante significaba bajos salarios y estos salarios bajos repercutieron en un poco inversión en innovación tecnológica. Las consecuencias fueron un retraso de la creación de un mercado de consumidor y la convivencia de formas de trabajo modernas y domiciliarias. Otra razón que explica la debilidad del mercado interno es la poca integración del mercado interno y las dificultades del transporte. Esta falta de integración fue sorteada finalmente con la aparición del ferrocarril. La Industria francesa Las industria pioneras, al igual que en el caso inglés fueron la textil y el hierro. Estas se organizaban entorno al trabajo doméstico o protoindustria. Posteriormente surgiría el taller. El trabajo doméstico y el trabajo en el taller coexistió en Francia hasta el siglo XX. El sistema industrial francés no se encontraba integrado, habiendo zonas industrializadas desconectadas. En este sentido, la revolución pretendió una mayor uniformidad al territorio. Las disputas intestinas entre los componentes revolucionarios y la guerra externa afectaron al desarrollo industrial. Todos los recursos fiscales recaudados en este periodo se destinaban a los conflictos bélicos y no a la inversión industrial. El apaciguamiento de los conflicto dieron un nuevo impulso al comercio. Durante el periodo de Napoleón se comenzó a importar maquinaria textil desde Inglaterra. Esto requirió del desarrollo de la energía hidráulica. A partir de 1840, Francia había establecido todas las pautas de una sociedad industrial, y sería entonces que junto a los ingleses defendieran el librecambio. Sumado a la ampliación de la gama de actividades manufactureras se puede mencionar la creación de un sistema financiero nacional y un equilibrio económico, que la colocó en virtual equilibrio con otras potencias europeas. Un nuevo orden social Todos los revolucionarios tenían algo que ganar y poco para perder ante las circunstancias que imponía el poder político. La burguesía deseaba una categoría social más alta y una participación en el gobierno. Los campesinos querían liberarse de todas las cargas feudales sobre la tierra y la conservación de sus tradiciones. Las clases pobres urbanas pretendían alimentos a precios bajos. Las rebeliones populares La escandalosa desigualdad social de la Francia del siglo XVIII explicaría la temprana aparición de revueltas populares. Desde 1775 comenzaron las revueltas que preanunciaban la rebelión campesina de 1789. El origen fue el aumento indiscriminado en los precios de los alimentos. En 1789 se produjo El Gran Miedo, una gran insurrección rural, seguidas de rebeliones fiscales, asaltos y saqueos. Los sectores populares convirtieron estas revueltas en una guerra social, aunque cabe destacar que su gran organizador fue la burguesía. En Francia la creación de una sociedad burguesa se asoció con la idea de democracia. Liberalismo y democracia parecían inicialmente dos caras de una moneda. El movimiento democrático se organizó en torno a clubes populares y cofradías. Hacia 1791, estas sociedades de barrio estaban federadas en torno a un Comité Central. La burguesía catalogó esta organización “exceso de democratismo”. Por ello prohibió la organización sindical. El paralelismo entre liberalismo y democracia no era tal. En los años siguientes el nacionalismo articularía las ideas ilustradas con la acción popular, a través de los sans cullote. Su identificación estaba signada por la adscripción a los valores de Igualdad y Fraternidad y su lealtad a la Nación. Su alianza con los jacobinos fortaleció la República, aunque un año después la coalición se había deshecho y en 1795 perdieron el derecho a voto. Estos se rebelarían en la llamada Conspiración de los Iguales, que fue tempranamente descubierta y desarticulada a tiempo. Una nueva ola de rebeliones populares se extendieron por Francia hacia 1815 y tenía como objetivo bloquear la restauración monárquica(relacionado con 1814: El Congreso de Viena), pero fue derrotado. El régimen duró hasta 1848, aunque se vio muchas veces asechado por insurrecciones prorepublicanas. Hacia 1848 se comenzarán a ver movimientos obreros marxistas.

Conceptos centrales de "La Razón Populista" de Ernesto Laclau


Título: La Razón Populista
Subtítulo: -
Autor: Laclau, Ernesto
Capítulo: 4. "El pueblo y la producción discursiva del vacío" y 5. "Significantes flotantes y heterogeneidad social"



II. La construcción del Pueblo

4. El pueblo y la producción discursiva del vacío

ALGUNOS ATISBOS ONTOLÓGICOS

Laclau comienza este capítulo recapitulando algunos puntos de la primera parte del libro. Dos de las críticas que recibe el populismo son:

  • Que el populismo es vago e indeterminado: frente a esto, Laclau argumenta que la vaguedad y la indeterminación no constituyen efectos del discurso sobre la realidad social, sino que al contrario, la misma realidad social es vaga e indeterminada

  • Que el populismo es mera retórica: esta crítica presupondría pensar que la retórica es algo sin importancia, una suerte de “adorno” frente a lo que se dice en sí. El autor sostiene lo contrario. La retórica no es un fenómeno accesorio que acompañaría un fenómeno principal y que no tiene influencia sobre él, sino que ninguna estructura conceptual encuentra su cohesión interna sin apelar a recursos retóricos.



Hecha esta aclaración, el autor va a pasar a explicar su análisis. Pero antes, va a explicitar algunas categorías centrales de su análisis. Hay tres categorías centrales que guían el enfoque de Laclau son:



  • Discurso: por discurso no entendemos algo esencialmente restringido a las áreas del habla y la escritura, sino un complejo de elementos significantes en el cual las relaciones juegan un rol constitutivo. Laclau, al usar un enfoque relacional, se apoya en la teoría de los significantes de Saussure. Los elementos significantes no son preexistentes al complejo relacional, sino que se constituyen a través de él. Esto quiere decir que no tienen una existencia en términos positivos, sino en términos negativos, es decir, que es a partir de las diferencias: un significante es en solo a través de las relaciones diferenciales con algo diferente. Por ejemplo: la palabra “perro” es en tanto que existen otras cosas que no son perro, como ser “gato”, “loro”, “tigre”, “zorro”, “humano”, etc. Su significado se adquiere en una relación con los otros elementos del sistema.
    Ahora bien, entre los elementos (entre los significantes), los tipos de relación que pueden existir son sólo dos: la combinación (metonimia) y la sustitución (metáfora).

  • Significantes vacíos y hegemonía: hay que hacer una aclaración previa para explicar estos conceptos. Laclau forma parte de un momento teórico que podemos definirlo la posmodernidad. ¿Qué es lo que caracteriza a la posmodernidad? Sin entrar en detalles, podemos decir que el rasgo distintivo es la caída de las grandes certezas. El desmoronamiento de los grandes relatos, como ser el marxismo, etc., llevan a estos autores a un fuerte cuestionamiento a lo que podemos denominar “el centro” alrededor de los cuál se organiza el resto. Para Laclau, no existe ningún centro estructural necesario, dotado de una capacidad a priori de “determinación en última instancia”. ¿A qué se refiere el autor? No existe, una infraestructura que determine a una superestructura.  

Una vez que Laclau negó todo aquello con lo que no está de acuerdo, pasa a explicar lo que para él si existe. Que no exista un “centro estructurante” totalizador no quiere decir que no exista ningún tipo de estructuración. Muy por el contrario, el autor que hay efectos centralizadores que logran constituir un horizonte totalizador precario (sin este efecto, no sería posible significación alguna). ¿Cómo es esto posible?

  1. Primero, si tenemos un conjunto puramente diferencial, la totalidad debe estar presente en cada acto individual de significación.
  2. Segundo, Para aprehender conceptualmente esa totalidad, debemos aprehender sus límites, es decir, debemos distinguirla de algo diferente a si misma. Esta otra diferencia sería interna a la misma estructura, por lo que no sería apta para el trabajo totalizador.
  3. Tercero, la única posibilidad de constituir un verdadero exterior sería mediante la exclusión de un elemento. Frente al elemento excluido, todos los elementos dentro del sistema son equivalentes entre sí: equivalentes en su rechazo común a la identidad excluida.
  4. Cuarto, por lo tanto, toda identidad está construida alrededor de esta tensión entre la lógica de la diferencia y la lógica de la equivalencia. Lo que tenemos, en última instancia, es una totalidad fallida, el sitio de la plenitud inalcanzable.


La totalidad constituye un objeto que es a la vez necesario pero imposible. Imposible porque la tensión entre equivalencia y diferencia es insuperable. Necesario porque, sin algún tipo de cierre, por más precario que fuera, no habría ninguna significación ni identidad.

Ahora bien, existe la posibilidad de que una diferencia, sin dejar de ser particular, asuma la representación de una totalidad inconmensurable. (Nota: la representación es más amplia que la comprensión conceptual). De esta manera, su cuerpo estará dividido entre la particularidad que ella aún es y la significación universal de la que es portadora. Esta operación por la que una particularidad asume una significación universal es lo que denominamos hegemonía. Como esta totalidad o universalidad encarnada es un objeto imposible, la identidad hegemónica pasa a ser algo del orden del significante vacío, transformando su propia particularidad en el cuerpo que encarna una totalidad inalcanzable.

Si la sociedad estuviera unificada por un contenido óntico determinado (determinación de la economía, etc.) la totalidad podría ser directamente representada en un nivel estrictamente conceptual (la lucha de clases). Como éste no es el caso, una totalización hegemónica requiere una investidura radical (no determinada a priori). Aquí, como veremos, la dimensión afectiva juega un rol central.

  • Retórica: en la retórica clásica, Cicerón identificó una figura retórica llamada la catacresis, que implicaba usar un término figurativo que no puede ser sustituido por uno literal (por ejemplo, cuando hablamos de “la pata de la mesa”). En el análisis de Laclau, la catacresis no es una figura retórica, sino que es el denominador común de la retoricidad como tal. Es el modo en que funciona la retórica en sí.

En relación con la hegemonía y los significantes vacíos, estos surgen de la necesidad de nombrar un objeto a la vez imposible y necesario. En este sentido, la operación hegemónica será siempre catacrética.

Una figura retórica se vuelve central para la teoría de Laclau es la sinécdoque: la parte que representa al todo.



DEMANDAS E IDENTIDADES POPULARES



¿Cuál va a ser la unidad de análisis mínima de Laclau? El autor va a entender que esta unidad de análisis (el pueblo) no existe a priori, sino que es constituida por el discurso populista como una unidad.

“El pueblo” es una forma de constituir la unidad del grupo. No es, obviamente, la única, hay otras lógicas que operan dentro de lo social y que hacen posibles tipos de identidades diferentes de la populista.



                La unidad más pequeña por la cual comenzaremos corresponde a la categoría de “demandas sociales”. El concepto anglosajón demand con el que trabaja Laclau es ambiguo: puede significar una petición (1) o un reclamo (2). Si la demanda (1) es satisfecha, allí se termina el problema; pero si no lo es, la gente puede comenzar a percibir que los vecinos tienen otras demandas iguales insatisfechas (ej.: vivienda, agua, salud, educación, etc.). Si la situación permanece igual por un determinado tiempo, habrá una acumulación de demandas insatisfechas y una creciente incapacidad del sistema institucional para absorberlas de un modo diferencial (cada una de manera separada de las otras) y esto establece entre ellas una relación equivalencial. El resultado será un abismo cada vez mayor que separa al sistema institucional de la población. Las peticiones van convirtiéndose en reclamos. A la pluralidad de demandas qué, a través de su articulación equivalencial, constituyen una subjetividad social más amplia, las denominaremos demandas populares. Comienza, en un nivel muy incipiente, a constituirse al “pueblo” como actor histórico potencial. Aquí tenemos, en estado embrionario, una configuración populista.

                Ya tenemos dos claras precondiciones para el populismo:

  1. La formación de una frontera interna antagónica separando al pueblo del poder
  2. Una articulación equivalencial de demandas que hace posible el surgimiento del “pueblo”.

Existe una tercera precondición que no surge realmente hasta que la movilización política ha alcanzado un nivel más alto:

  1. La unificación de diversas demandas – cuya equivalencia, hasta ese punto, no había ido más allá de un vago sentimiento de solidaridad – en un sistema estable de significación.



LAS AVENTURAS DE LAS EQUIVALENCIAS

Queda por explicar la diferencia entre una totalización populista y una institucionalista. La diferencia y la equivalencia están presentes en ambos casos, pero un discurso institucionalista es aquel que intenta hacer coincidir los límites de la formación discursiva con los límites de la comunidad. Por lo tanto, el principio universal de la “diferencialidad” (atender diferencialmente cada una de las demandas) se convertiría en la equivalencia dominante dentro de un espacio comunitario homogéneo. En el caso del populismo ocurre lo opuesto: una frontera de exclusión divide a la sociedad en dos campos. El “pueblo”, en ese caso, es esa parcialidad que aspira a ser concebida como la única totalidad legítima.

La terminología tradicional de “pueblo” ya está clara esta diferencia. El pueblo puede ser concebido como “populus” – el cuerpo de todos los ciudadanos – o como “plebs” – los menos privilegiados. A fin de concebir al “pueblo” del populismo, necesitamos algo más: que el plebs reclame ser el único populus, es decir, una parcialidad que quiere funcionar como una totalidad de la comunidad.

                En el caso del discurso institucionalista, hemos visto que la diferencialidad reclama ser concebida como el único equivalente legítimo: todas las diferencias son consideradas igualmente válidas dentro de una totalidad más amplia. En el caso del populismo, esta simetría se quiebra: hay una parte que se identifica con el todo. Va a tener lugar una exclusión radical dentro del espacio comunitario. Esta es la transición entre lo que hemos llamado demandas democráticas a demandas populares. Las primeras pueden ser incorporadas a una formación hegemónica en expansión, las segundas representan un desafío a la formación hegemónica como tal.



ANTAGONISMO, DIFERENCIA, REPRESENTACIÓN

Una primera dimensión de la fractura es que, en su raíz, se da la experiencia de una falta. Como hemos visto, esta se encuentra vinculada a una demanda no satisfecha. Por lo cual nos enfrentamos desde el comienzo con una división dicotómica entre demandas sociales insatisfechas, por un lado, y un poder sensible a ellas, por el otro. Aquí comenzamos a comprender por qué la plebs se percibe a si misma como populus, la parte como el todo: aquellos responsables de esta situación no pueden ser una parte legítima de la comunidad, la brecha con ellos es insalvable.

                La segunda dimensión es que si hay una gran cantidad de demandas sociales no satisfechas, el marco simbólico que las articula comienza a desintegrarse. Por lo tanto, la construcción de un enemigo depende también cada vez más de un proceso de construcción política que articule estas demandas o luchas parciales y ayude a identificar un enemigo global que es mucho menos evidente.

                Una tercera dimensión tiene que ver con la tensión entre la diferencia y la equivalencia dentro de un complejo de demandas que se han vuelto “populares” en su articulación.  Por un lado, la inscripción de las demandas dentro de una cadena equivalencial le da corporeidad, deja de ser una ocurrencia fugaz para convertirse en parte de lo que Gramsci llamaba “guerra de posición”. Pero, por otro lado, esta cadena equivalencial posee sus propias leyes estratégicas de movimiento, y nada garantiza que estas leyes propias no lleven a comprometer los contenidos implicados en algunas de las demandas populares. Debe sostenerse un cierto equilibrio entre equivalencia y diferencia. Uno de las posibilidades es que se vuelva pura diferencia: en ese caso, implica la disolución del pueblo, y la absorción de cada una de las demandas individuales, como diferencialidad pura, dentro del sistema dominante. Así, el destino del populismo está ligado al destino de la frontera política: si esta desaparece, el pueblo como actor histórico se desintegra.

LA ESTRUCTURACIÓN INTERNA DEL “PUEBLO”



Antes dijimos que las relaciones equivalenciales no irían más allá de un vago sentimiento de solidaridad si no se cristalizaran en una cierta identidad discursiva que no represente ya demandas democráticas como equivalentes, sino que representa al lazo equivalencial como tal. Es sólo en este momento de cristalización en el que se constituye al “pueblo” del populismo. Aunque el lazo estaba originalmente subordinado a las demandas, ahora reacciona sobre ellas, modificando su comportamiento. Sin esta operación de inversión no habría populismo.



                Entre las demandas individuales en su particularismo debe encontrarse un denominador común que encarne la totalidad de la serie. Como este denominador común debe provenir de la misma serie, solo puede ser una demanda individual que, por una serie de razones circunstanciales, adquiere cierta centralidad. Esta es la operación hegemónica que ya describimos.



                La demanda particular que condensa la identidad popular esta internamente divida: por un lado, es una demanda particular; por el otro, su propia particularidad comienza a significar algo muy diferente de si misma: la cadena total de demandas equivalenciales (Laclau da el ejemplo del significante “mercado” en Europa del este: significó mucho más que el orden puramente económico, significaba libertades civiles, el fin de la burocracia, ponerse a la altura de occidente, etc.). Pero esta dimensión más universal es necesariamente transmitida a los otros eslabones de la cadena, que de esta manera también se dividen entre su particularismo de sus propias demandas y la significación popular dada por su inscripción dentro de la cadena. Entonces se produce una tensión: cuanto más débil es una demanda, más depende para su formulación de su inscripción popular, inversamente, cuanto más autónoma se vuelve discursivamente, más tenue será su dependencia de una articulación equivalencial. La ruptura de esta dependencia entre la demanda particular y la cadena puede llevar a una desintegración casi completa del campo popular-equivalencial.



                En segundo lugar, cuanto más extendida esté la cadena, menos van a estar ligados esos significantes a sus demandas particulares originales. En otras palabras, la identidad popular se vuelve cada vez más plena desde un punto de vista extensivo, ya que representa una cadena siempre mayor de demandas, pero se vuelve intensivamente más pobre, porque debe despojarse de contenidos particulares a fin de abarcar demandas sociales que son totalmente heterogéneas entre sí. Por lo tanto, una identidad popular funciona como un significante tendencialmente vacío. Es como el proceso de condensación en los sueños: una imagen no expresa su propia particularidad, sino una pluralidad de corrientes muy disímiles del pensamiento inconsciente que hallan su expresión en esa única imagen.



                Revisitemos nuevamente las críticas comunes que suele hacérsele al populismo y que mencionamos al comienzo de este capítulo.

                El primero tiene que ver con la denominada “imprecisión” y “vaguedad” de los símbolos populistas. Como hemos visto, el carácter vacío de los significantes vacíos que dan unidad o coherencia al campo popular no es el resultado de ningún subdesarrollo ideológico o político: simplemente expresa el hecho de que toda unificación populista tiene lugar en un terreno social radicalmente heterogéneo.



                El segundo problema tiene que ver con la centralidad del líder. Como también hemos visto, la posición del sujeto popular no expresa simplemente una unidad de demandas constituidas fuera y antes de sí mismo, sino que es el momento decisivo en el establecimiento de esa unidad. Es por eso que dijimos que ese elemento unificador no es un medio neutral o transparente. Por tanto, la unidad de la formación discursiva es transferida desde el orden conceptual (lógica de la diferencia) hacia el orden nominal. Esto, obviamente ocurre con más frecuencia en aquellas situaciones en las cuales se produce una ruptura o una retirada de la lógica diferencial/institucional. En esos casos, el nombre se convierte en el fundamento de la cosa.



(No incluyo en este resumen “nominación y afecto”)



POPULISMO



Ya tenemos las principales variables teóricas para intentar conceptualizar el populismo. Para esto deberían tenerse en cuenta tres aspectos:



  1. Por populismo no entendemos un tipo de movimiento, sino una lógica política. Por lógica social entendemos un sistema enrarecido de enunciaciones, es decir, un sistema de reglas que trazan un horizonte dentro del cual algunos objetos son representables mientras que otros están excluidos. La lógica política es igual, pero específicamente vinculada con la institución de lo social. Esta institución de lo social surge de las demandas sociales. El momento equivalencial es el que reúne una pluralidad de demandas sociales. Esto, a su vez, implica la construcción de fronteras internas y la identificación de un “otro” institucionalizado.
  2. La construcción de un pueblo es una construcción radical, en el sentido “de raíz”, es decir que constituye agentes sociales como tales y que no expresa una unidad del grupo previamente dada. No puede existir un sistema de unidad a priori precisamente porque las demandas insatisfechas son la expresión de una dislocación sistémica. Esto implica dos consecuencias: a- el momento de la unidad de los sujetos populares se da en el nivel nominal y no en el nivel conceptual – es decir, que los sujetos populares son siempre singularidades -; b- precisamente porque ese nombre no está conceptualmente fundamentado, los límites entre las demandas que va a abarcar y aquellas que va a excluir se van a desdibujar y van a dar a cuestionamiento permanente. El lenguaje del discurso populista siempre va a ser impreciso y fluctuante: no por una falla cognitiva, sino porque intenta operar performativamente dentro de una realidad social que es en gran medida heterogénea y fluctuante.
    Encarnar algo sólo puede significar dar un nombre a lo que está siendo encarnado; pero como lo que está siendo encarnado es una plenitud imposible, la entidad “encarnadora” se convierte en el objeto pleno de investidura catéctica. El objeto encarnante constituye, así, el horizonte último de aquello que es alcanzable, no porque exista un “más allá” inalcanzable, sino porque ese “más allá”, al no tener entidad propia, solo puede estar presente como el exceso fantasmático de un objeto a través del cual puede alcanzarse; este exceso, en palabras de Copjec, sería el “valor de pecho” de la leche. Traducido esto al lenguaje político: una determinada demanda, adquiere en cierto momento una centralidad inesperada y se vuelve el nombre de algo que la excede, de algo que no puede controlar por si misma y se convierte en una demanda popular. Pero es inalcanzable en términos de su propia particularidad inicial, material. Debe convertirse en un punto nodal de sublimación; debe adquirir un “valor de pecho”. Es sólo entonces que el “nombre” se separa del “concepto”, el significado del significante. Sin esta separación no existiría populismo.



5. SIGNIFICANTES FLOTANTES Y HETEROGENEIDADES SOCIALES

FLOTAMIENTO: ¿NEMESIS O DESTINO DEL SIGNIFICANTE?



Recapitulando. En primer lugar, hallamos la presencia de un significante vacío que expresa y constituye una cadena equivalencial. En segundo lugar, el momento equivalencial se autonomiza de sus lazos integradores, pues, la inscripción equivalencial tiende a dar solidez y estabilidad a las demandas, pero también a restringir su autonomía. Finalmente, la cuestión de los límites de este doble juego de subordinación y autonomización de las demandas particulares. La cadena sólo puede vivir dentro de la tensión inestable entre estos dos extremos, y se desintegra si uno de ellos se impone sobre el otro. La unilateralización del momento de subordinación transforma los significantes populares en una entelequia inoperante incapaz de actuar como fundamento para las demandas democráticas. Esto es lo que le pasó a muchos discursos populistas en países africanos con el surgimiento de las elites burocratizadas. Por otro lado, la autonomización, más allá de cierto punto, conduce a una lógica pura de las diferencias y el colapso del campo equivalencial popular (como en la crisis del cartismo).



En todo lo expuesto en el capítulo anterior hay una simplificación.



El ejemplo que se estaba presentando es el del zarismo – separado por una frontera política de las demandas de la mayoría de los sectores de la sociedad (D1, D2, D3, …). Cada una de las demandas es diferente de todas las otras (esta particularidad se muestra con el semicírculo inferior en la representación de cada una de ellas). Sin embargo, todas son equivalentes entre sí en su oposición al régimen opresivo (esto es lo que representa el semicírculo superior. Esto, como hemos visto, conduce a que un significante se convierta en el significante de toda la cadena -significante tendencialmente vacío-. Pero todo el modelo depende de la presencia de una frontera dicotómica: sin ella, la relación equivalencial se derrumbaría y cada demanda sería particular.






                Sin embargo (he aquí la parte en que se complejiza): ¿qué ocurre si la frontera dicotómica, sin desaparecer, se desdibuja como resultado de que el régimen opresivo se vuelve él mismo hegemónico, es decir, intenta interrumpir la cadena equivalencial alternativa, en la cual algunas demandas populares son articuladas con eslabones totalmente diferentes. En ese caso, las mismas demandas democráticas reciben la presión estructural de proyectos hegemónicos rivales. Esto genera autonomía de los significantes populares diferente de la que hemos considerado hasta ahora. Su sentido permanece indeciso entre fronteras equivalenciales alternativas. A los significantes cuyo sentido está “suspendido” de este modo lo denominaremos significantes flotantes.




Por lo tanto, el modo como se va a definir el sentido de una demanda va a depender del resultado de una lucha hegemónica. Por lo tanto, la “dimensión flotante” se vuelve más visible en periodos de crisis orgánica, cuando el sistema simbólico requiere ser formado de un modo radical (de raíz).



Como hemos visto, las categorías de significantes “vacíos” y “flotantes” son estructuralmente diferentes. La primera tiene que ver con la construcción de una identidad popular una vez que la presencia de una frontera estable se da por sentada; la segunda intenta aprehender conceptualmente la lógica de los desplazamientos de esa frontera. En la práctica, sin embargo, la distancia entre ambas no es tan grande. Las dos son operaciones hegemónicas y, lo más importante, los referentes en gran medida se superponen.

Una situación en la cual sólo la categoría de significante vacío fuera relevante, con exclusión total del momento flotante, sería una situación en la cual habría una frontera conceptualmente inmóvil, algo difícil de imaginar. Inversamente, un universo puramente psicótico en el que tuviéramos un flotamiento sin ninguna fijación parcial es también impensado. Por lo tanto, significantes vacíos y flotantes deben ser concebidos como dimensiones parciales – y por lo tanto analíticas – en cualquier proceso de construcción de hegemonía.



LA HETEROGENEIDAD ENTRA EN ESCENA



Laclau va a acercarse a la noción de heterogeneidad desde una perspectiva histórica. Al Hegel proponer la noción de “los pueblos sin historia”, ya estábamos apuntando al tratamiento que recibe lo “heterogéneo” cuando se lo enfoca a través de una lógica totalizante: su desestimación, como resultado de la negación de su historicidad.



Desde la década de 1830 que el exceso de heterogeneidad comienza a incrementarse en proporciones alarmantes.



Marx también diferenció a un sector que no pertenecía al movimiento de la historia – a lo no histórico -. Dentro de una historia que el concibió como historia de la producción, la clase trabajadora sería el agente de un nuevo estadio en el desarrollo de las fuerzas productivas, y el término “proletario” fue utilizado para designar a este nuevo agente. Pero con el fin de mantener sus credenciales como perteneciente al “interior” de la línea principal del desarrollo histórico, el proletariado debía ser diferenciado del “extranjero” absoluto: el lumpenproletariado.

Marx y Engels se referían al lumpenproletariado como “el peor de los posibles aliados”, la describen como “muchedumbre absolutamente venal y absolutamente descarada”, y todo líder que “usa a estos sinvergüenzas como guardias o confía en su apoyo, demuestra por esta sola acción ser traidor al movimiento”. Por lo tanto, el carácter “extranjero” puro del lumpenproletariado, su expulsión del campo de la historicidad, es la condición misma de posibilidad de una interioridad pura, de una historia poseedora de una estructura coherente.

Marx en Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850 compara al parasitismo del lumpenproletariado, al que se refiere como la escoria de la sociedad, con la aristocracia financiera, que no sería sino “el resurgimiento del lumpenproletariado en la cumbre de la sociedad burguesa”.

No es lo mismo el lumpenproletariado y el ejército industrial de reserva. Si bien ambos son externos al sistema, se trata de una exterioridad diferente de la del lumpenproletariado, y como resultado, aún forman parte de una “historia de la producción”.

Sin embargo, ¿qué pasa si el desempleo aumenta más allá del nivel necesario para mantener los salarios en el nivel de subsistencia? José Nun denomina a este nivel de desempleado que ya deja de ser funcional a la acumulación capitalista como “masa marginal”. Aquí vemos como, a diferencia del desempleo fluctuante al que refería Marx cuando hablaba del ejército industrial de reserva, esta masa marginal pasa a ser similar a la situación del lumpenproletariado, en tanto que tampoco es una heterogeneidad interna sino externa al sistema.







                                               M N



La demanda m y n – que no están divididos en semicírculos – son heterogéneas en el sentido de que no pueden ser representadas en ninguna ubicación estructural dentro de los dos campos antagónicos.



Consideremos el antagonismo entre trabajadores y capitalistas. En el nivel conceptual, “trabajador” significa sólo “vendedor de fuerza de trabajo”. En ese caso, no podemos definir aún ningún tipo de antagonismo con el capitalista. Para que exista un antagonismo es necesario que el trabajador se resista a dicha extracción. Esta resistencia sólo va a surgir – o no- según como el trabajador concreto – y no su determinación conceptual – está constituido. Esto significa que el antagonismo no es inherente a las relaciones de producción, sino que se plantea entre las relaciones de producción y una identidad que es externa a ella. La conclusión a la que llega Laclau es que el antagonismo presupone la heterogeneidad, porque la resistencia de la fuerza antagonizada no puede derivarse lógicamente de la forma de la fuerza antagonizante. Esto sólo puede significar que los puntos de resistencia a la fuerza antagonizante siempre van a ser externos a ella. En términos prácticos, volviendo al ejemplo anterior, no hay motivos para que las luchas que tienen dentro de las relaciones de producción deban ser los puntos privilegiados de una lucha global anticapitalista. Un capitalismo globalizado crea una miríada de puntos de ruptura y antagonismos – crisis ecológicas, desequilibrios entre diferentes sectores de la economía, desempleo masivo, etc. -, y es sólo una sobredeterminación de esta pluralidad antagónica la que puede crear sujetos anticapitalistas globales capaces de llevar una lucha digna de tal nombre. Y, como demuestra también la experiencia histórica, es imposible determinar a priori quiénes van a ser los actores hegemónicos en esta lucha. Todo lo que sabemos es que van a ser los que están afuera del sistema, los marginales – lo que hemos denominado lo heterogéneo – que son decisivos en el establecimiento de una frontera antagónica.



                Estamos en las antípodas de las primeras referencias de Marx y Engels al lumpenproletariado. Fanon identifica la condición para el establecimiento de una frontera radical que haga posible la revolución anticolonialista: una exterioridad total de los actores revolucionarios respecto de las categorías sociales del status quo existente. En segundo lugar, su confluencia en una voluntad política revolucionaria debe tener lugar como una equivalencia política radical.



                ¿Significa esto que lo político se ha convertido en sinónimo de populismo? Sí, en el sentido en el cuál concebimos esta última noción. Sin embargo, no significa que todos los proyectos políticos sean igualmente populistas; eso depende de la extensión de la cadena equivalencial que unifica las demandas sociales. En tipos de discursos más institucionalizados (dominados por la lógica de la diferencia), esa cadena se reduce al mínimo, mientras que su extensión será máxima en los discursos de ruptura que tienden a dividir lo social en dos campos. Pero cierta clase de equivalencia (cierta producción de un “pueblo”) es necesaria para que un discurso pueda ser considerado político. En cualquier caso, lo que es importante destacar es que no estamos con dos tipos diferentes de política: sólo el segundo es político; el otro implica simplemente la muerte de la política y su reabsorción por las formas sedimentadas de lo social.



Reseña sobre “La Insoportable Levedad del Ser” de Milan Kundera

Venía hace unos años desencontrado con la lectura de ficción en general hasta que este verano me encontré con este libro de 320 páginas pero que se lee en pocos días. ¿La razón? Creo que la principal es el modo sencillo y atrapante en que Milan Kundera elige para contarnos una historia de amores y de enredos, con momentos de debates existencialistas sobre la razón de nuestras decisiones, pero sin tampoco irse en un divague que se vuelva insoportable a nuestra lectura.



La historia cuenta cómo se cruzan las vidas de cuatro personajes: Tomás, Teresa, Sabina y Franz. La personalidad de cada uno de ellos es bastante diferente, pero al mismo tiempo cada uno de nosotros podrá identificarse en algún punto con alguno de sus pensamientos. En el fondo, sobrevuela la pregunta sobre la levedad o lo pesado, sobre el cuerpo y sobre el alma, sobre la unicidad o la repetición. Preguntas que, a medida que vamos avanzando en la lectura, resonaran seguramente en algunas preguntas que alguna vez nosotros nos habremos hecho en nuestra vida.



Párrafo aparte merece las menciones políticas que el libro hace. La historia transcurre en su mayor parte en Praga durante la época de la invasión soviética a la República Checa. Lo que a primeras parece una crítica desde la vida de los personajes a este hecho político, termina volviéndose una repetitiva crítica desde una perspectiva totalmente liberal, es decir, rescatando solamente la mirada individual de cómo las libertades individuales fueron suprimidas. A mi entender, esta mirada es bastante simplista sobre este hecho histórico de trascendencia. Aunque en un momento de la historia uno de los personajes, Sabina, afirma no estar contra el comunismo, sino contra el “kitsch” comunista, lo cierto es que el libro por momentos peca demasiado de esta mirada liberal anticomunista.



Pese a esta mirada política simplista, a mi entender esta solamente ocupa un espacio limitado del libro y para nada lo invalida. Creo que es una historia recomendable para quienes busquen una lectura liviana, más que nada para leer en el verano o de vacaciones.

¿Qué es un corpus?

Título: ¿Qué es un corpus?
Subtítulo: -
Autor: Paula Lucía Aguilar, Mara Glozman, Ana Grondona y Victoria Haidar
Capítulo: -




En toda investigación, el momento de construir el corpus se presupone como una instancia “metodológica”. Esta cuestión, que resulta a primera vista como algo “evidente”, es lo que se proponen problematizar las autoras. En lugar de pensarlo como “el punto de partida de una investigación”, las autoras proponen (con una clara influencia foucaultiana) que el corpus debe ser un resultado (siempre provisorio) a un proceso de indagación y de análisis, es decir, el resultado de un trabajo.

El archivo no es, como suele ser pensado, como un depósito donde recabar información. Por el contrario, las autoras piensan al archivo como un conjunto de discursos que persisten en el tiempo, resultado de un proceso de distribución y organización. Y esto esto es válido en los distintos tipos de búsquedas documentales, sea en el denominado “estado del arte”, bajo la forma de “contexto” o como “antecedentes” y/o “fuentes”.

El corpus es, entonces, una selección y recorte de documentos considerados pertinentes para la investigación,, que da cuenta de unos aspectos y deja otros de lado. Corpus es el resultado y la condición de interrogantes. Construir un corpus implica poner en juego supuestos teóricos y epistemológicos que hay que esclarecer.

La reflexión de las autoras han trabajado en el archivo con (1) los aportes de la teoría althusseriana de la ideología (que incluye los aportes de Etienne Balibar), (2) la perspectiva arqueológica y genealógica de Michel Foucault y (3) la teoría materialista del discurso o “escuela francesa” encarnada, entre otros, en Michel Pecheux.

1- El peligro de las evidencias

Las autoras van a confrontar con dos perspectivas para después proceder a explicar la suya. La primera será la teoría liberal del discurso y la segunda la teoría determinista.

La perspectiva liberal parte del presupuesto de que los sentidos que se busca analizar se originan en los documentos producidos por los mismos autores. En este sentido, podemos mencionar como ejemplos que si uno quisiera conocer acerca de que es el peronismo iría a buscar esto en los discursos de Perón, o si estaría investigando acerca del MST procedería a buscar los documentos que emitieron sus miembros.
Esta perspectiva olvida que el sentido es una relación. Y en lugar de pensarlo en términos de una relación, supone un “yo” imaginario que es el “amo y señor de su decir”.

La alternativa a esta fantasía ideológica suele ser lo que las autoras denominan la perspectiva determinista. Desde este punto de vista, se suele pensar y reducir al discurso como determinado mecánicamente por las relaciones de producción.

En cualquier caso, estamos seguros de que no puede haber un análisis del discurso sin una teoría del discurso. Una técnica, abandonada a sí misma, produce la teoría que necesita. La creencia en la virtud espontánea de la técnica constituye la esencia del pensamiento tecnocrático, al que Althusser señala como “el peligro ideológico más amenazador”.

Entonces las autoras empiezan a delinear de a poco la perspectiva que ellas adoptan. Coinciden con la perspectiva mecanicista en que resulta indudable que los discursos son el resultado de los procesos de producción. Ahora, no coinciden con las teorías mecanicista del discurso en el hecho de presuponer una homogeneidad y unidad del “momento presente”, organizadas a partir de un principio rector.

Esta homogeneidad, en su aparente “evidencia”, debe ser interrogado. No para sustituirlo por una imagen de mera pluralidad, sino por una heterogeneidad habitada por tensiones y contradicciones.

Cada esfera de la práctica tiene una especificidad que remite a una contradicción que la constituye: es una totalidad que conforman está articulada a relaciones de sobredeterminación. Unas esferas inciden sobre otras, al tiempo que una de las esferas es la que domina sobre las demás. La dominación no puede deducirse sino a través de un análisis de la coyuntura.

En suma, hay que analizar los discursos a la luz de sus condiciones de producción. Ello supone tener en cuenta tanto la especificidad de la esfera de las prácticas en las que se producen los discursos como de las relación con su coyuntura: las condiciones complejamente articuladas que la sobredeterminan. Esa relación de sobredeterminación deja “huellas” que hay que indagar, tanto en los contenidos como en las formas de los documentos analizados.

Cuando parecía que ya nos habíamos desembarazado de ella, la teoría mecanicista retorna en la investigación cuando consideramos como “metodología” a la periodización en la delimitación del corpus. En lugar de eso, la demarcación temporal para construir un corpus responde a los procesos de formación del discurso analizado, las operaciones de identificación, de relaciones interdiscursivas, a la problemática que anude el recorrido por el archivo, en suma, a dimensiones de la materialidad que se analizan y a las preguntas que conducen a la investigación (nota mía, responden al qué queremos investigar).

Junto a la perspectiva mecanicista, prolifera una teoría/ideología liberal del discurso. Tal como describió Benveniste, “la enunciación es este poner a funcionar la lengua por un acto individual de utilización”. Este “acto” individual está centrada en un “yo”, que organiza las coordenadas “aquí y ahora” desde las cuales enuncia. La enunciación es, tomando esta definición, un momento de “apropiación” de la lengua.

Mirada desde una teoría althusseriana, la instancia de enunciación debe ser analizada como un ritual ideológico, que (1) reclama reconocimiento del yo que enuncia y (2) en el que opera el desconocimiento, como si la enunciación (y solo ella) preexistiera, estuviera ya dada y fuera evidente. En este desconocimiento, el yo opera asumiendo el lugar de demiurgo de “su” discurso.

Las autoras aquí también delinearán su punto de vista. La enunciación está, desde esta perspectiva diferente, necesariamente sujeta a un orden del decir. Primero, remite al hecho social que es la lengua; y segundo, remite también a cierto orden del discurso, de lo que puede y debe decirse.

Pecheux señala el carácter constitutivamente heterogéneo del discurso. Toda secuencia contiene elementos de ese exterior constitutivo.

El tipo de trabajo propuesto por las autoras tiene dos movimientos: (1) desnaturalizar la homogeneidad de las unidades que se presentan como evidentes, por una parte, y (2) producir nuevas unidades cuya forma sea el efecto de un proceso de investigación.

2 - Documentos, secuencias discursivas, procesos de formación: hacia el interdiscurso

Las Condiciones de Producción (CP) responden a dos órdenes de lo discursivo:
1- las condiciones de formulación (cf) de una secuencia discursiva:
1.a. que involucran a su vez condiciones de producción (cp) y procesos de enunciación (ce).
2- las condiciones/procesos de formación del discurso (CF)

CP = cf (cp + ce) + CF

La distinción principal entre las condiciones de formulación (cf) de las condiciones de formación del discurso (CF) es que al formular/producir un texto, oral o escrito, el “sujeto enunciador” se coloca en el lugar de “fuente del sentido” y “dueño de su decir”, olvidando que sus palabras están sujetas no sólo a determinaciones de la materialidad lingüística y de la coyuntura, sino también al orden del interdiscurso. En este sentido, las condiciones de formación (CF) nos permiten pensar las relaciones de ese documento o conjunto de documentos con ese “exterior constitutivo”, cuyos trazos se inscriben al interior de los textos. Teniendo en cuenta lo anterior, es posible también afirmar que mientras que el nivel de la formulación caracteriza una zona del decir accesible a la reflexión; el nivel de la formación, en cambio, reenvía a instancias inaprensibles para el sujeto.

El discurso pivotea está compuesta por estos dos tipos de unidades. Por un lado, la secuencia discursiva es equivalente a texto o fragmentos de texto, mientras que la formación discursiva es aquel régimen que determinando lo que puede y debe decirse, y participa de las condiciones de producción del discurso.

En el caso de las condiciones de formulación (cf), implicaría situar al discurso en determinadas coordenadas, que remiten a dos materialidades diferentes. Por un lado, las Condiciones de Producción (cp), pueden ser respuestas a través de ciertos datos (quién/es, cuándo, en qué lugares institucionales), involucran ciertas trayectorias, redes, dispositivos, prácticas no discursivas con las cuales los discursos se imbrican. Por otro, las coordenadas que instauran los procesos enunciativos (ce): la configuración del “yo”, del “nosotros”, del “ustedes”, del “aquí y ahora”. A diferencia de las cp, la enunciación (ce) es una instancia lingüística que aparece representada en el discurso en la materialidad de determinados elementos de la lengua, cuyo funcionamiento conduce a una inscripción situacional de la secuencia discursiva.

Por lo tanto, nuestros análisis deberían incorporar los análisis enunciativos de un documento, que incluyen la caracterizaciones de la “escena enunciativa y del ethos, así como descripciones de la polifonía enunciativa (por ejemplo: discurso referido, inscripción de citas de otras “fuentes”, mecanismos de construcción de distancia enunciativa como ciertos usos de las comillas). Estas zonas del discurso, en ocasiones subalternizada por los enfoques estructuralistas, se vuelve relevante para el análisis de las determinaciones materiales (por ejemplo, para analizar posiciones adversarias con las que el “yo” disputa).

Ahora bien, la dispersión de mecanismos mediante los cuáles se inscriben las heterogeneidades mostradas en la secuencia genera un efecto de olvido del carácter constitutivo que tiene la heterogeneidad, sin bordes, entre las palabras propias y las palabras ajenas. En este sentido, toda secuencia es habitada por la palabra ajena. Esta idea (que encuentra antecedentes en la idea bajtiniana de dialogismo, entendida como que cada nueva formulación hay ecos de elementos ya enunciados), contradice la concepción liberal de la “creación verbal” como así también el principio cartesiano de la Pragmática (Pienso, luego hablo).

Este planteo complejiza la idea de exterior. Es un exterior constitutivo, cuyos trazos se inscriben en el interior de la secuencia. Por ello, si bien es necesario estudiar las condiciones de formulación,no es suficiente. Existen lazos del documento con otros que, en principio, participarían de otras series. Pensar un documento en tanto secuencia discursiva significa pensarla como una disposición de objetos, conceptos, relaciones que se inscriben en el entramado textual como elementos ya formulados. De allí que la formulación pueda pensársela como una reformulación, singular y acontecimental, de enunciados que proviene de ese universo articulado de Formaciones Discursivas y/o Dominios.

Interdiscurso es, como la Ideología y el Inconsciente: no es observable sino a través de sus efectos. Debe ser comprendido como un principio de funcionamiento (Pecheux).

Dominio (Foucault) es una región que presenta regularidades (relación de reiteración/transformación) en cuanto a los sentidos y formas, a los objetos y/o modos de anudar elementos, y que genera efectos materiales en los documentos/textos. Hablamos entonces de Dominios (en plural) y específicamente de Dominios Interdiscursivos.

Los dominios interdiscursivos permiten trabajar con discursos y la cuestión de múltiples temporalidades: partiendo de la descripción de determinada secuencia o serie de secuencias es posible identificar resonancias de discursos producidos en otras coyunturas, huellas de discursos cuya circulación es concominantes con la secuencia de referencia, así como elementos que, vistos desde el presenten, operan como trazos prospectivos.

3. Problematización: la unidad de lo heterogéneo

La unidad del presente debe ser entendida como una totalidad compleja sobredeterminada. El desafío del investigador es dislocar su carácter de “evidencia” tal como se presenta y dar cuenta de sus procesos de formación en tanto que singularidad histórica. Esto implica descomponer sus elementos, reorganizarlos en un haz de interrogantes y abrir el juego de otros posibles. A este proceso de desanudar las múltiples suposiciones que están implícitas en el discurso Foucault lo llamaba “rarefacción”.

Aquello que consideramos como obvio es en verdad la consolidación de cierta problematización como evidencia. La naturalización opera mediante el desconocimiento de la historicidad de las prácticas: circulan como verdades que reclaman ser reconocidas como tales.

Ante esto, Foucault propone analizarlas no como evidencias sino como solución para dar respuestas a ciertas preguntas. En este sentido, la problematización consiste en describir estos interrogantes, históricamente situados, en el que la práctica emergió como respuesta. El montaje del corpus es entonces una nueva puesta en serie. Los Dominios Interdiscursivos operan, desde esta óptica, como fotogramas del proceso de construcción de las verdades del presente. La nueva unidad que emerge del corpus permite articular sus elementos mediante huellas a partir de unos interrogantes orientados por una pregunta de investigación.

* No se incluye en este resumen el capítulo IV sobre el Buen Vivir, que hace las veces de ejemplo de la propuesta de las autoras, ni las palabras finales.