Título: Colonizar el Dolor.
Subtítulo:
La interpelación ideológica del Banco Mundial en América Latina. El caso
argentino desde Blumberg a Cromagnon.
Autor: Murillo, Susana
Capítulo: 5
– El consenso por apatía. El núcleo del terror
Las
transformaciones propiciadas en AL desde los años setenta tenían como uno de
sus objetivos la subordinación de las soberanías de los estados-nación en la
región y la construcción de un terror que llevara a la apatía política.
Las
dictaduras de los años setenta rompieron con la ficción del pacto de unión
basado en el universalismo de los derechos. El viejo decisionismo schmittiano
mostró su rostro sin máscaras frente a la supuesta amenaza que encarnaban las
sociedades latinoamericanas. El poder dejó de gestionar la vida de las
poblaciones para administrar la muerte.
Frente
al terror incontrolable que surge de una amenaza flotante cuyo origen es
incierto, el sentimiento que emerge es la angustia. Buena parte de la población
en Argentina construyó de manera inconsciente una defensa contra la angustia:
la denegación de lo que estaba ocurriendo.
El terror desatado durante las dictaduras y la muerte
denegada se vincularon consciente e inconscientemente con “la política” y las
“actividades políticas”. Todo lo que fuese duda o pensamiento crítico comenzó a
ser cruelmente satirizado, siendo acusado de “aburrido”. La inmediatez del
consumo, que ligado a la apertura de las importaciones, ofrecía la promesa
imaginaria de una vida plena.
El shock económico denominado “rodrigazo” generó en
1975 un clima de tensión e incertidumbre social que sirvió de caldo de cultivo
para que buena parte de la población consensuara la dictadura militar que se
inició en marzo de 1976. Los militares, como símbolos de orden traían, frente a
la “corrupción de los políticos”, una promesa: la restauración de la comunidad perdida. L
El terror construido en ese periodo fue un elemento
central para modificar la cultura. Esa capa colectiva generó, y aún genera, un
profundo temor a todo lo que pueda caracterizarse como “actividad política”,
pues ella puede connotar peligro de muerte. La inseguridad pasará, desde 1983, a eser asociada al
delito, y este significante reenvía a “los subversivos”; desde ese lugar, el
término “los militares” suele ser asociado al “orden” y la “seguridad”.
Un segundo tiempo lógico consistió en la denegación
de la muerte y el genocidio, precisamente por el horror que él produce;
particularmente por la falta de cuerpos ante los cuales elaborar un duelo. La
denegación de la muerte parece operar sobre la memoria colectiva. No solo se
niegan esas muertes sino que también se las asocia inconscientemente a ese
horror la actividad política.
Un tercer tiempo lógico-histórico la autora lo ubica
en las democracias de los 80 y las frustraciones que ellas engendran. En
Argentina, la situación se agravó por la hiperinflación del 89, activamente
gestionada por los grupos económicos concentrados, que retrotrajo
inconscientemente al pavor del “rodrigado” y el genocidio, por la sensación de
vulnerabilidad en los sujetos. De ese modo favoreció la apatía que delega en
“los técnicos que saben” la forma de subsanar la angustia.
Desde fines de 2001 y principios de 2002, la compleja
trama sociohistórica resignificó en buena parte de la población el rechazo,
ahora no sólo a las actividades políticas, sino a los “políticos”, quienes
comenzaron a formar una “clase” cada vez más separada de la sociedad civil. Si
bien el año 2002 implicó un auge de luchas y asambleas barriales, poco a poco
la mayoría se disolvió y algunas cobraron resultados inesperados.
La cuarta capa de la memoria tiene que ver con el
show expuesto en los medios de comunicación que se inicia en los años noventa,
el cual, unido al feroz socavamiento de lazos sociales encarnado en el tráfico
de drogas, fortaleció la denegación de la muerte (producida entonces por
hambre, carencia de trabajo y falta de cobertura social) anclada en la promesa
maníaca de una fiesta perenne, encarnada en la imagen de personajes ubuescos a
quienes, indudable y oscuramente, muchos desean parecerse como forma de
rescatarse de la nada, del horror, de la falta. El “encanallecimiento cultural”
y la “norteamericanización de la cultura” se dieron en paralelo durante estos
años. Todo esto encarnó un espectro ideológico del ingreso a la vida eterna, la
juventud interminable. A la vez que denegaba la historia pasada y coadyuvaba a
destruir los viejos lazos sociales, este proceso inducía al consumo de
cualquier tipo de objeto importado por las megaempresas, consumo que colocaba a
los sujetos en el lugar de Otro poderoso que se salva de la muerte. La alianza
estratégica entre el “mundo del espectáculo”, el de la política y el de la
empresa facilitó la acción de “hombres clave”. El proceso profundizó la
apatía hacia la política y el
ensimismamiento en la propia individualidad, que sostuvieron el consenso hacia
las reformas que se hacían.
El
consenso moral ahora se invirtió, pasó a ser ya no el de la ley universal al
desinterés por la cosa pública, al sólo cuidar de si mismo, de los problemas
inmediatos y el grupo en el cuál se está involucrado (moral en sentido
negativo). A esto es lo que la autora se refiere cuando habla de consenso por
apatía.
* No está incluido el apartado
del neodecisionismo ni el fascismo societal.
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